El director Radu Mihaileanu, conocido por Vete y vive, nos deleita esta vez con El concierto.
El concierto es una combinación perfecta de humor, drama, intriga y acción. Es por eso que realizar una sinopsis corriente me parece que es restarle emoción a la película. Prefiero que como espectadores os sentéis a disfrutar de la película y os podáis sorprender continuamente de cómo se suceden los acontecimientos. Tan solo os situaré en que la película trata el drama global y personal de los músicos de una orquestra Rusa (Bolschoi) que ha de vivir bajo el régimen comunista.
Técnicamente hablando, sorprenden las buenas actuaciones del reparto, sobre todo los principales. Laurent destaca en un papel como anillo al dedo (quién no mataría por ese gran papel) en el que no hay más mérito propio que el director, guionista o editor. Si hay que escoger sólo algo, me quedo con lo mejor de la película que son los últimos 30 minutos… un montaje que convierte la película en una explosión de emociones, en una mezcla de ritmo técnico con sentimiento personal, bajo la música exultante del concierto de Txaikovski.
Como todas las películas de Radu, El concierto tiene ese toque humanista que solo él sabe darle a sus obras. Sobre un guión bien trabajado compuesto por pequeñas tragedias humanadas, los actores encarnan verdaderos sentimientos de dolor profundo que llegan al alma del espectador. Algunos críticos de cine reprochan un guión que deja muchos cabos fuera e incluso lo consideran superficial en muchos aspectos; si bien, erraríamos al quedarnos en lo concreto sin poder abstraer el fondo de la película. De algún modo, hay algo de verdad en que hay ciertas cosas que pueden haber molestado a grupos de presión (el tema ideológico y político es muy satírico) y que la trama es poco más que inverosímil, sin embargo eso no puede cegarnos ante una de las mejores películas europeas de este año a nivel artístico. El concierto se convierte en un film especial debido al todo que lo enmarca; Ese dolor contenido, esa cruda realidad que se refleja en cada diálogo, en cada mirada, en cada gesto de cada uno de los actores… todas esas pequeñeces y detalles que le dan un toque tan humano, tan intimista, son los que, junto a un telón de fondo musical la convierten en lo que ha sido. Radu Mihaileanu ha dirigido una película que, de por si, es una expresión artística, no porque se considere al cine como un séptimo arte, sino porque la película radica en la percepción de la música, en la capacidad del hombre de captar la perfección armónica, de elevarse y percibir algo que los animales no tienen, la capacidad de ver, tocar, sentir la belleza de un sonido… un nota, un arpegio, una melodía, un concierto.
En términos ya muy personales, creo que los personajes de la película nos dan a todos los artistas una gran lección: no importa el éxito, ni el reconocimiento, ni el dinero. Sólo importa el arte por el arte, el arte como la mayor expresión del ser humano.
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